Se descuelga el teléfono. Y se escucha el silencio. Pasan muchos segundos hasta que un lamento infantil trasciende. Las llamadas son muy diferentes a las de otros servicios como el teléfono 016 para la violencia de género. Los adultos tienen ansia por contarlo. Los niños necesitan sus tiempos. No se arrancan en decir que padecen una situación de acoso escolar. Así que lo primero que se escucha al otro lado del hilo telefónico es solo silencio. Y el psicólogo que siempre está al aparato simplemente escucha.
Ese joven ha marcado desde algún rincón del país el 900 20 20 10, el teléfono de la Fundación ANAR (de Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo), que ayer abrió sus puertas a ABC. Para el grupo de profesionales que atienden esas llamadas -19 en una «plantilla mínima», entre psicólogos y asesores jurídicos-, palabras como «bullying» y «ciberbullying» aluden a agresiones cada vez más graves desde la puesta en marcha de este servicio de auxilio en 1994.
Cuando arrancó el teléfono, estos términos anglosajones incorporados a nuestro lenguaje hacían alusión a insultos a un compañero de pupitre o novatadas y bromas de mal gusto, como colocar chinchetas en la silla de otro alumno. Hoy, sin embargo, son llamadas de niñas «a las que han bajado su ropa interior en un baño para grabarlas y las han obligado a masturbarse» y otras muchas soeces insoportables, incluso abusos sexuales. Más de mil niños y adolescentes (también padres) llaman y escriben cada día a los teléfonos y emails de ANAR para solicitar ayuda.
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