La inquietud de Lucas es también la de las familias de los más de ocho millones de menores que no pueden salir de casa durante el estado de alarma. Aunque el pasado 17 de marzo, una modificación del decreto les permitió, al menos, acompañar a su madre o padre al supermercado en caso de quedarse solos en casa.
 
“Es curioso y sintomático que en los discursos del presidente se ha mencionado más a las mascotas que a los niños”, apunta César Rendueles, profesor de Sociología de la Universidad Complutense. “Son vulnerables y deberían recibir una atención especial. Pero han desaparecido. Ni siquiera se está planteando si esto es sostenible para ellos”, alerta.
 
Mientras las familias españolas se atrincheraban en sus casas, países como Francia y Bélgica permitían que los niños salieran a la calle para pasear a pesar del aislamiento. “Salidas indispensables para el equilibrio de la infancia en espacios abiertos en la proximidad del domicilio, manteniendo la distancia y evitando todo encuentro”, recoge el decreto francés.
 
CULTURA ADULTOCÉNTRICA
 
Rendueles cree que la diferencia de estos países con España a este respecto es que la nuestra es una cultura adultocéntrica: “A la pobreza en las políticas de infancia se suma una sociedad donde los niños lo único que pueden hacer es no molestar. Y a ello se une el clasismo de quienes deciden los decretos: no es lo mismo vivir en un piso interior de 40 metros cuadrados, caldo de cultivo de violencia y estrés, que en un chalet de 200 metros con jardín”.
 
Pero en la vicepresidencia de Asuntos Sociales explican que sí se ha tenido en cuenta la vulnerabilidad de la infancia en esta situación y que se ha planteado un debate de forma interna. “Somos conscientes de que hay un derecho del niño y la niña al esparcimiento, pero estamos en una situación muy extrema y se están teniendo más en cuenta sus derechos a la salud y a la protección. Si se siguiera prolongando esta circunstancia nos plantearíamos otra respuesta para colectivos con una especial necesidad. La prioridad ahora mismo es parar la transmisión. Porque si por ejemplo permitimos la salida de los niños menores de 4 años con un adulto serían más de dos millones de personas por la calle lo que supondría una nueva situación de riesgo que no podemos permitirnos”, explica un portavoz.
 
¿Cuál es el riesgo real de que los niños salgan a la calle, de forma controlada? ¿Qué consecuencias podría tener para ellos y sus familias un encierro prolongado?
 
El argumento más repetido para justificar la clausura estricta es que pueden contagiar el virus. La microbióloga Silvia Carlos, profesora del departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Navarra, explica que “el riesgo está en la socialización, y es difícil controlarla en niños. Tenerlos encerrados permite cortar la cadena de transmisión y nos hace conscientes del peligro”, explica por teléfono.
 
#CORONAINFANCIAS
 
La semana pasada una petición en la plataforma Change.org solicitaba flexibilidad en las restricciones para la movilidad de los niños, y en pocas horas lograron más de 5.000 firmas y hoy son casi 8.000. Esta semana Twitter se ha poblado de mensajes de niños en los que explican cómo viven el encierro con el hagstag #Coronainfancias. La autora del texto y la iniciativa, Heike Freire, es pedagoga y psicóloga. “Se habla de las necesidades fisiológicas de los perros, pero no de las de los niños. Y para desarrollarse adecuadamente necesitan la vitamina D del sol, moverse, correr y jugar. Y si este encierro se prolonga, puede tener consecuencias para ellos”, denuncia. 
 
 
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