Nos encontramos en una época en la que cada vez saltan a la luz más casos de abusos sexuales en la infancia, incluso podría parecer que hay un auge en este tipo de abusos, aunque lo que realmente ocurre es que cada vez son más visibles.
Según los estudios, en torno al 7,4% de varones y al 19,2% de mujeres han sido víctimas de este tipo de maltrato, aunque estas cifras no pueden tomarse como determinantes debido al elevado número de casos que no son denunciados.
Abuso sexual en la infancia: una realidad silenciada
En contra de lo que se cree, los abusos sexuales a menores más frecuentes son cometidos dentro del núcleo familiar y por una persona con la que el niño o niña tiene una relación afectiva y de confianza.
Los estudios también nos revelan que en un porcentaje elevado de casos los abusos se realizan dentro de un contexto de juego, del que el adulto se sirve para que los menores participen sin ser conscientes de las implicaciones de dichas conductas y es por ello, que en muchos casos estas conductas pasan desapercibidas para el resto de los familiares, que desconocen los hechos.
Los efectos de haber sufrido abusos sexuales en la niñez
Pero, ¿qué implicación pueden tener los abusos sexuales en la infancia?
Los estudios realizados a tal efecto nos informan de que pueden aparecer síntomas tanto a corto como a largo plazo y que dichos síntomas pueden afectar a todas las facetas de la vida del menor.
Si bien se considera que en torno a un 30% de las víctimas de abusos sexuales no presenta sintomatología asociada, el resto de las víctimas suele presentar una serie de problemas tanto a corto como a largo plazo entre los que se encuentran ansiedad, depresión, baja autoestima, sentimientos de culpa, estigmatización, problemas de atención y concentración, problemas para relacionarse, trastornos del sueño, conducta sexual desinhibida, ideas suicidas e intentos de suicidio, entre otros síntomas, que en el transcurso del tiempo y si persisten pueden agravarse hasta la aparición de trastornos depresivos y bipolares, trastornos por estrés postraumático, trastornos límite de la personalidad y conductas autodestructivas y autolesivas (Pereda, 2009).