En un recoveco de los jardines de Sant Pau del Camp, en el corazón del Raval de Barcelona, un grupo jóvenes migrantes charlan sobre el césped. Uno de ellos aspira cola o pegamento de una bolsa. Desde hace un tiempo, ese parque es su casa. A medio camino de la comisaría de los Mossos d’Esquadra y el cuartel de la Guardia Civil, conviven allí con otro centenar de personas. Otros chavales como ellos, que han llegado a Cataluña procedentes del norte de África y sin ningún referente familiar que se haga cargo, duermen también en la ladera de Montjüic, a pocos metros de la turística Font Màgica. O escondidos por la falda de Collserola.
El aumento de chicos sin hogar desborda al Gobierno catalán
Los jóvenes migrantes que duermen en la calle son pocos, según la Generalitat. La mayoría está dentro del sistema de protección. Pero la presencia de algunos chicos durmiendo al raso en las calles de Barcelona ha puesto en jaque al Gobierno catalán y ha obligado a activar un plan de choque para reforzar a los educadores de calle. Las entidades admiten estar desbordadas.
Desde 2015, han llegado a Cataluña 7.248 adolescentes que emigran solos, 1.129 este año (hasta junio). De ellos, 4.203 chavales (501 en Barcelona) permanecen dentro del sistema de protección de la Generalitat. El resto han dejado de estar tutelados o, directamente, se han escapado del circuito asistencial. Como los del Raval.
“Sobreviven trapicheando con droga, robando móviles o, incluso, prostituyéndose”, lamenta Peio Sánchez, párroco de la iglesia de Santa Anna en el distrito central de Ciutat Vella, donde ayudan a personas sin hogar. El cura asegura que algunos jóvenes llegan a la iglesia muy deteriorados, con problemas de salud mental severos y adicción a sustancias, como la cola. Precisamente, la presencia de algunos de estos jóvenes descansando sobre los bancos del templo disparó esta semana las alarmas.
Dentro de su plan de choque, la Generalitat ha desplegado un dispositivo para estudiar, uno por uno, los casos más complejos. Según Asuntos Sociales, la mayoría de los menores migrantes que llegan a Cataluña entran —y permanecen— dentro del sistema de protección. Pero hay “un pequeño porcentaje” —no han aclarado cuántos— que son “refractarios al sistema”. En cuanto ingresan en un centro de acogida, se escapan. Muchos de estos, agregan desde el Govern, vienen con dinámicas de calle desde el país de origen.
“Es un colectivo muy heterogéneo. El riesgo de caer en dinámicas de calle depende de factores como la realidad que tienen en su país de origen, el trayecto migratorio”, señala Montse Soria, coordinadora de Acción Social de la Fundación Pere Tarrés y experta en la atención a estos jóvenes. Trabajar su duelo migratorio o la falta de vínculos familiares también es complejo. “Ellos tienen unas expectativas del proyecto migratorio y, cuando llegan aquí, no es lo esperado. Eso genera una frustración y una rabia que se tiene que gestionar”, agrega Soria.
LOS CENTROS DE JUSTICIA JUVENIL COMO SOLUCIÓN
Los fiscales, los jueces y los Mossos han llegado a la conclusión de que una de las mejores formas de apartar a los menores migrantes del camino de los delitos más graves es encerrarlos en los centros de justicia juveniles de la Generalitat. Desde principios de año, la Fiscalía de Menores en Cataluña solicita la medida cautelar por un delito grave, y los jueces suelen concederla. El 38% de los menores en los centros de justicia juvenil catalanes (109) son migrantes, según datos de la Generalitat (un 1,6% de los menores migrantes llegados a Cataluña desde 2016). La medida se aplicó a tres menores acusados de agresiones sexuales en el Masnou y en Canet de Mar. Pero cuando los jóvenes cumplen la mayoría de edad ya no se cumple el mismo criterio.