Para entrar en Melilla tuvo que saltar cinco veces una verja coronada por concertinas. Las cuatro primeras lo detuvieron y lo devolvieron a territorio alahuita. No sufrió heridas gracias a las mantas que llevaban para amortiguar los pinchazos. Como dicen los voluntarios de Cáritas, «a España sólo llegan los más fuertes. Los demás se quedan por el camino». Hayouba conoció en Melilla a una monja que les daba clases de español en el centro de internamiento. Ella le ayudó a llegar a la península, primero a Sigüenza y, luego, a Sevilla.
 
Este joven africano quería trabajar para ayudar a sus padres y a sus cuatro hermanos. «Me costó mucho aprender a leer y escribir. Mi idea no era estudiar nada porque me hacía falta dinero y quería ir a trabajar a Almería, pero en Cáritas me convencieron de que estudiara». Al lado de la mina de Burkina, el duro trabajo en el campo a pleno sol, o en un asfixiante invernadero, debería de parecerle a Hayouba, menor de edad hasta hace pocos meses, casi un juego de niños. La Fundación Cruzcampo le acaba de conceder una beca para estudiar cocina. Dice que será un buen cocinero.
 
Una familia sevillana lo ha acogido en su casa y una niña rubia de ojos azules de pocos meses, a la que él llama su «nueva hermana», ha empatizado de forma extraordinaria con este nuevo inquilino que tiene un aire a Michael Jackson cuando era adolescente. 
 
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