Sheila Lucía Malvar (teleoperadora en el servicio de tele asistencia de Madrid) y María Jesús Varela (directora de la fundación ONCE para América Latina), reconocen el recelo que sienten por su ceguera a salir solas por si son agredidas.
Propensión a la violencia de género
Y su miedo no es para menos. Basta ver informes sobre violencia de género como los del Parlamento Europeo acerca de la situación de las mujeres de los grupos minoritarios en la Unión Europea, que recalcan que el 80% de ellas son víctimas de violencia, y que son cuatro veces más propensas que otras mujeres a sufrir violencia sexual. Es más, esta misma fuente especifica que “el mayor riesgo de sufrir violencia está directamente relacionado con factores que aumentan la dependencia y desempoderamiento de las mujeres con discapacidad, proceso que acaba con la privación de sus derechos fundamentales. Muchos de estos factores también conducen a la impunidad y la invisibilidad del problema”.
Una impunidad que tal y como comenta Sheila Lucía Malvar (teleoperadora en el servicio de tele asistencia a las personas mayores solas o dependientes de Madrid) de 31 años y ciega de nacimiento, hay que combatir denunciándola. “Existe la creencia generalizada de que las mujeres con discapacidad no sufrimos acoso o agresiones sexuales ya que no es posible que a nadie se le ocurra molestarnos.
Pero esto no es así”, comenta a Público. “Puede que el miedo sea difícil de valorar como concepto en la sociedad. Supongo que es más incierto, pero no puedo cuantificarlo sin menospreciar el del resto de personas. Teniendo en cuenta que la mayor parte de las veces se necesitan las imágenes que proyectamos para identificar nuestros estados de ánimo, deseos o sentimientos, las personas que no vemos tenemos que aprender a agudizar los sentidos y ponernos en una situación de mayor alerta ante un peligro. No sé si por la cantidad de atención que tengo que prestar, la ausencia de cierta información o una mezcla de ambas, el resultado para mí, es un desgaste de energía bastante grande”, reconoce.
Desgaste que también siente María Jesús Varela, directora de la fundación ONCE para América Latina y de 44 años de edad. “Yo hago las cosas que me apetecen pero a partir de ciertas horas prefiero volver a casa en taxi por propia seguridad. No ver es sinónimo de poder hacerse más daño cuando tratas de huir porque te puedes dar un golpe y también de que nunca puedes saber, como alguien que si ve, si hay algún individuo que te puede hacer daño. Además la discapacidad siempre te hace más vulnerable físicamente”, dice.
En nombre de todas
Por eso ambas han decidido poner voz tanto a sus vivencias personales como a las de otras tantas mujeres que conocen. Sienten que lo que no se nombra no existe. Y se niegan a que la sociedad no sea consciente de su situación. “Es importante que se empiece a hablar de esto porque la discapacidad es transversal a todo y hasta hace nada no se han mencionado una serie de situaciones y dificultades como este miedo que también va con nosotras”, resume Varela.
Y es que dichas mujeres consideran que el que la cultura de la violación campe a sus anchas hace daño a la población y por ende a ellas. “Cada día nos encontramos con limitaciones para volver a casa de noche. Si a esto sumamos todo lo que está pasando la cosa es aún mucho peor. Por ejemplo una chica en silla de ruedas por las noches tiene menos servicios de autobús y por lo tanto menos paradas que la dejan más lejos de casa o de su estación. Las limitaciones para huir o defenderse son mínimas o nulas. Y de las que tienen discapacidad intelectual, que con cualquier mentira que les digan se la puede llevar a cualquier lugar, ya no hablamos”, subraya la directora de la fundación ONCE para América Latina. “De la misma manera que no ves a la persona, tampoco ves sus intenciones. Esto pasa cuando por ejemplo viene alguien a ayudarte a cruzar. Tratas de pensar que todo el mundo es bueno pero no es lo mismo que quieran ayudarte a cruzar una calle o un semáforo a las doce de la mañana que a las doce de noche. Los semáforos a esa hora de la noche quitan el sonido y una nunca sabe con qué intenciones viene un hombre. Todo eso te genera inquietud. Vas por la calle y piensas ¿por qué no me adelanta? y entonces frenas tú la velocidad para que pase por delante porque no sabes si va cerca por algo malo o no”, cuenta Varela.
Esta alta directiva también reconoce que a pesar del miedo que tiene, da gracias cuando está en España, “porque es todo un paraíso”, en comparación con la realidad con la que se topan las mujeres con discapacidad en Latinoamérica. “Por desgracia allí la sociedad es mucho más machista y te encuentras con mujeres que son tocadas en autobuses o el metro o agarradas, abusadas y tiradas en medio de la calle. Hay mujeres, no todas porque por desgracia la economía de la subsistencia con la que cuentan no les da para nada, que evitan el transporte público donde el acoso es brutal o que acaban desplazándose en taxis de confianza para ir a trabajar porque han tenido situaciones de muchísimo miedo e incluso de sentirse perseguidas y vigiladas por hombres que saben de sus rutinas. Allí te ocurre y sucede que te violan. Aquí tenemos el temor”, subraya.
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